El derecho a estar triste





[Tears stream down your face
when you loose something you can't replace]    

    Ha pasado mucho tiempo. Concretamente, 5 años. Dejé de escribir en La Utopía Empática para ser más directa en una sociedad cambiante que cada vez quiere esforzarse menos, decidí compartir en redes sociales las reflexiones que de vez en cuando me apetecía mostrar, y dejé otras muchas a medio escribir, olvidadas en cajones virtuales variados. 

    Después de Facebook, vino Instagram, y después, las stories de Instagram, y después los estados de Whatsapp, Tiktok, y todas esas plataformas que ofrecen un acceso inmediato a la información, en las que los likes se producen con un simple estímulo visual, cada vez más breve, sin necesidad de leer el texto que acompaña a la imagen. He visto crecer los "me gusta" en publicaciones mías que carecen de sentido sin la reflexión que escribo junto a ellas, y he visto ya demasiadas fotos edulcoradas con frases estilizadas vacías de honestidad e inyectadas con egolatría y cinismo. La sociedad quiere ir rápido cuando el mundo nos pide observar lentamente. Así que, harta de sucumbir a la necesidad de la inmediatez, aquí estoy, desempolvando La Utopía Empática, porque sí, quien quiera leerlo, lo hará, y quien no, no se dará el trabajo de hacer click. No hay ninguna apariencia que cubrir. 

    En estos tiempos tan oscuros, en los que nos empeñamos en enfrentarnos sobre las medidas a tomar en la indiscutible misión de ir todos a una contra el auténtico enemigo, que es la enfermedad y la miseria y la tristeza que trae consigo, cada uno procura simultanear, a su manera, su conciencia social (esto en los casos en los que la hay) con sus circunstancias particulares de vida. Y no es mi intención hoy hablar precisamente del impacto del CoVid 19 en nuestras vidas, pero resulta prácticamente imposible olvidar que todo lo que nos sucede viene condicionado por una nueva realidad que muchos se empeñan en negar, una realidad que nos obliga a estar conscientes en el momento presente, que nos ha hecho ver la volatilidad del futuro. En este contexto, en el que todo es cierto e incierto a la vez, la vida sigue. Y es la vida la que nos saluda desde el reflejo de la ventana de ese tren en el que vamos haciendo este viaje, a veces con una sonrisa, y a veces con lágrimas.

    Hoy quiero hablar de la tristeza. Porque, sinceramente, estoy cansada de la manera que culturalmente hemos sido acostumbrados a acercarnos a ella. Por una parte, la tristeza nos hace sentir miserables, desgraciados, como se sienten muchos personajes emblemáticos en las distintas religiones, y ello nos ha hecho pensar, en muchos casos, que somos víctimas de alguna especie de karma o destino, o que tenemos derecho a sentir autocompasión, a buscar un oscuro y oculto placer en nuestro pesar, pues a mayor tristeza, mayor atención de los demás. Por otra parte, está esa otra manera de tratar la tristeza a través de la negación. Enterrarla en lo más hondo de nuestro ser, ignorarla, cubriéndola con algo tan dimensionalmente opuesto, superficial, como es la cotidianidad. Yo no vengo a criticar estas formas de vivir la tristeza; son opciones que simplemente yo intento no seguir. Estar triste forma parte de ser humano, especialmente si eres hipersensible, pero no es algo en lo que yo quiera recrearme para conseguir atención ni algo que niegue para no enfrentarme a mis sentimientos. Mi tristeza refleja el pesar que resulta sobre alguna circunstancia que me cuesta aceptar, que estoy en proceso de digerir y asumir, y en ningún caso debe tener más ni menos importancia de la que YO misma decida darle. Es un sentimiento como otro cualquiera, sí, pero no por ser una emoción "negativa" merece menos espacio en mi tiempo de reflexión, y por consiguiente, no necesito falsas palabras de ánimo que resten importancia a mi estado de ánimo, necesito silencios que me ayuden a pensar con claridad y oídos que escuchen y brazos que conforten, pero, sobre todo, necesito RESPETO. Respeto por mis emociones, por mi voluntad de darles el espacio que yo quiera darles, y respeto por mi manera de sentir, de gestionar cada sentimiento. Estoy HARTA de las personas que emplean un tono condescendiente y, por supuesto, desde una innegable buena voluntad, tratan de dar ánimos restando importancia a tu dolor, planteándote las situaciones en las que "podría haber sido peor". Ya sé que podría ser peor. Y doy gracias a la vida por ello. Pero mi tristeza es mía, y tengo derecho a sentirla, a dejar que fluya, a enfrentarme a ella mirándola de frente, abrazándola y comprendiéndola, hasta aprender a vivir con ella. 

    No hay una manera concreta de estar triste. Al igual que tampoco la hay para estar alegre. Uno simplemente lo está, y tiene derecho a estarlo, sin dramas, sin condescendencias, autocompasión ni supersticiones irracionales, con serenidad, templanza, entereza y aceptación. 

Gracias por acercarte por La Utopía Empática. Hoy, más que nunca, se me antoja especialmente necesario que sigamos creyendo en que un mundo más empático no sólo es posible, es urgente. 

[lights will guide you home
and ignite your bones
and I will try to fix you]

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