Jeroglíficos de cumpleaños.

Hace días, en el metro de Madrid, empecé a escribir una reflexión que no terminé y guardé. Hoy, unida a otra que me ronda la cabeza desde ayer, os la comparto. Ojalá lleguéis al final leyendo, jaj. En ese caso, gracias por adelantado ;)

Quienes me conocéis, sabéis que si hay ocasiones especiales que me gusten, esas son los cumples. Los vivo con tanta ilusión, que hasta ha habido quien se ha echado a reír desconcertado cuando lo he obligado a soplar unas velas pinchadas en una magdalena mientras cantaba con entusiasmo el tan maltratado cumpleaños feliz. Para mí un cumpleaños sin tarta (o similar), velas y la canción (y alguien que te la cante, por supuesto), no es un cumpleaños. Digamos que conservo ese espíritu infantil, algo que no creo que os sorprenda en absoluto, pero me gusta ser partícipe de cómo al menos en ese día las personas más allegadas a ti te regalan un día cargado de sonrisas y buenas intenciones. Obviamente, he de hacer aquí un inciso para expresar mi absoluta preferencia por los no-cumpleaños, esos días en los que de repente celebras porque sí el simple hecho de vivir y poder compartir, porque si puedo definir mi filosofía de vida, no podría hacerlo sin, entre otras, las palabras "ahora" y "momento". Pero claro, vivimos en un mundo apresurado donde normalmente solo nos paramos a crear un ambiente especial cuando se trata de una ocasión que viene señalada externamente, no por nosotros mismos. Y ahí es donde empieza mi afición por los cumpleaños. 

Me gustan los cumpleaños en los que te emocionas, ríes, te sientes protagonista de algo por un día. Y me gusta ser partícipe sea el mío o el de otra persona. Me gusta celebrar que completo años en este camino de jeroglíficos que es la vida. 

Sin embargo, tendría motivos para decir que ayer no fue precisamente el mejor de los cumpleaños que he tenido. De hecho, quizá en 26 años haya sido el cumpleaños más adulto de todos. Un cumpleaños por obligación, porque tocaba. Un cumpleaños disperso, envuelto por un extraño día de mayo lluvioso y con frío, en lugar de calor, pantalones cortos y camisetas de manga corta, como aquellos cumpleaños que se celebraban en el patio... Todo ello con el colofón final: la peor respuesta que un pueblo puede dar a años y años de trabajo, y el triunfo de la mentira, del individualismo, del egocentrismo y la falta de memoria, de conciencia social, de interés por el bien común y de empatía. Aunque pienso, "¿pero qué narices estoy diciendo? El principal problema es la ignorancia. Y la ignorancia es muy atrevida". Y así es. Somos tan idiotas los seres humanos, que juzgamos egoístamente desde nuestro escaso y pobre conocimiento de las cosas.

Tardaría en contar esta larga historia mucho tiempo y muchas páginas, y confío en que algún día, sea yo o sea otra persona, alguien la muestre al mundo, se haga justicia y se desvanezca la impotencia que rebota con fuerza en el estómago de muchos de nosotros. 

Este año estoy viviendo una nueva etapa, por así decirlo. Me fui con la idea de probarme a mí misma, de aprender, de ser valiente. Y bueno, así es y así está siendo. Sin embargo, a veces la vida es caprichosa y te muestra otras cosas, haciéndote aprender a base de detalles en los que no todo el mundo quiere fijarse. Si hay algo que echo de menos de allá donde están mis raíces (y con "mis raíces" he de recalcar que no incluyo a toda la gente de este pueblo desconocido y mal-transformado) cuando estoy fuera, es ese pensar en los demás, esa empatía auténtica, ese tender la mano antes de que alguien la pida. En cambio, la juventud en su gran mayoría, bien lejana ya de esa moral verdadera a la que me atrevo a cantar, va convirtiéndose cada vez más es una suma de personas guiadas por el individualismo, muy dispuestas a reivindicar y a aparentar cierta conciencia social, pero poco tendentes a conocer el significado del esfuerzo y la satisfacción de hacer algo desinteresado por los demás, Y LO QUE ES MÁS GRAVE, menos dispuestos aún a conocer, respetar y agradecer lo que otros SÍ han hecho por ellos. Como muchos, a veces tendemos a ser amables con el principal propósito de limpiar y tranquilizar nuestras conciencias, sin llegar a entender la verdadera naturaleza del bienestar común. Que conste que soy una fiel defensora del derecho a vivir nuestra vida sin pensar en el qué dirán; pero sin equilibrio no hay justicia. Qué cierto aquello de que no puedes esperar nada de nadie.

La verdad es que mi primera intención, el impulso que me traía a sentarme a escribir este artículo, era la queja. Quejas contra miles de cosas; y quejas contra el propio hecho de que quejarse sea una tarea, en un gran porcentaje, improductiva y con cierto aire triste. En definitiva, he sentido unas ganas irremediables de descargar la ira contenida en alguna parte y para bien de los perjudicados en potencia, mejor estimaba sentarme a escribir. Sin embargo, hace años que conseguí, no sin esfuerzos, una mente extremadamente fría (que no un corazón), y para cuando he querido ponerme a hacer lo que tan decididamente he decidido hacer, el volcán ya se había enfriado. Así que bueno, aquí estoy, con muchos pensamientos que en su habitual caos acuden en tropel, golpeando la cabeza en lugar de sucederse ordenadamente. 

Últimamente me ronda la mente el triste hecho de encontrarme con muy pocas conciencias despiertas (aunque afortunadamente haya honrosas excepciones). Es difícil poner en palabras lo que uno siente o piensa cuando se trata de un tema tan complejo como el compromiso que uno siente, desde el corazón, con la naturaleza, las personas, y con los seres vivos en general. Cualquiera podría pensar que se trata de temas muy típicos, de tópicos, y puede que no le faltase razón. El problema es que es un tópico que desafortunadamente sigue sin resolver, y ni siquiera sabemos por qué... ¿o sí? ¿Por qué nunca se acaban las injusticias? ¿Por qué la gente te llama "friki" por querer cuidarte o por ser un amante de la cultura? ¿Por qué sientes que si no te preocupas tú por el medio ambiente con una cuestión tan sencilla como el reciclaje, esos tan gallitos que van por ahí llenándolo todo de mierda no lo van a hacer? ¿Por qué hay cosas que son responsabilidad MORAL de todos y sólo unos pocos sentimos que tenemos ese deber?

Me habían hablado de las grandes ciudades. Como Madrid, ese mamotreto de orbe en la que vivo ahora, un gigante que te obliga a aprender unos días a caricias y otros a palazos, pero sobre todo, un lugar inmenso en el que eres testigo de situaciones que no deberían producirse, a juzgar por la supuesta evolución a mejor que la humanidad, por su privilegio de poseer una mente superior, una razón, está destinada a vivir. No sé si Madrid es una etapa que durará en mi camino; a ratos pienso que más vale navegar en un pequeño lago cristalino que volar en todo un cielo inmenso lleno de humo; pero, sea lo que sea, sí sé que me llevaré un gran aprendizaje.

Y, perdida en estos pensamientos, se me olvida que ayer fue mi cumpleaños, y que hoy tengo esa típica sensación infantil de "jo, quedan 364 días para el próximo". Sin embargo, he de decir, desde la sinceridad más noble que soy capaz de sentir, que estoy feliz. Me siento feliz y agradecida por vivir en una burbuja habitada por unas pocas personas increíblemente valiosas, personas a las que les toca disfrutar, les toca jugar, les toca vivir por nadie más que por ellos mismos. Al fin y al cabo, todo o casi todo en la vida es una causalidad que nosotros decidimos cómo entender, y, al contrario de lo que se suele pensar, las señales no son indicaciones mágicas que nos guían desde el exterior para que sigamos un destino predeterminado; no; las señales son aquellos detalles que nos ofrecen el hermoso privilegio de decidir desde el interior cómo queremos entender la vida. Y es tiempo de eso. A tomar por saco lo demás.

Me habría gustado celebrar una pequeña fiesta de cumpleaños ayer. Pero lo cierto es que tengo 364 oportunidades para celebrar todos los no-cumpleaños que quiera. Y esos son los mejores.



(libre... como el viento que recoge mi lamento y mi pesar, camino sin cesar, detrás de la verdad, y sabré lo que es al fin la libertad).


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