Episodio 2: cuando Helen pasó de estar poseída por Ares a estar poseída por Hipnos.

  

     [the answer, my friend, is blowin'in the wind...]

       Ahora que el contrasujeto de mi fuga escolástica se me resiste, haciendo revolverse en mi interior todo tipo de remordimiento ("no tendrías que haber visto la tele, no tendrías que haber ido a descambiar ese pantalón, no tendrías que estar escribiendo esto ahora mismo…" y un largo etcétera) tiro la toalla por un rato y me pongo a reflexionar. No es mala hora para hacerlo… si es que no tardo mucho y puedo acosarme pronto, o de lo contrario, se añadirá un remordimiento más a mi lista. 

     Estos días son raros, son, incómodos, aparentemente cortos, de esos que se te pasan tan rápido que hagas lo que hagas acabas pensando que no has sabido aprovechar el tiempo. Si a esto le sumamos esta incómoda soledad, digamos que el resultado es una habitación que encierra varios muebles con cosas y un millón de pensamientos mudos pero gritones encerrados en una persona que ocupa el sofá con una postura un tanto incómoda. 

      En estos días mi mente se colma de ideas extrañas. A veces miro las caras de la gente y pienso que el ser humano es solo un frágil contenedor de órganos y vísceras, como un joyero de cristal. Hasta puedo imaginarme los sonidos internos de cada uno y me estremezco al pensar en la crudeza de la pura realidad, y es ese el momento en el que, lo confieso, pensar en que tenemos fecha de caducidad me trae cierta sensación de angustia. Entonces me digo a mí misma "Elena, eres joven, ¡piensa! ¡vive el momento!" y sí, lo hago, pero ¿quién puede conciliar tanta exigencia rutinaria con tantas ganas de aprovechar el presente -y no precisamente ocupando tu tiempo con clases, talleres, cursos, trabajo…-? 
     Y en ese momento, en mi habitual ingenuidad, me gusta creer, facultad heredada de mi madre, que puedo parar el tiempo, o, en su defecto, que el tiempo consumido es "na y menos". 

        Pero miro hacia atrás y me veo a mí misma con ganas de ser mayor, hace años, con ganas de autonomía, independencia, respeto. Y ahora que estoy a punto de conseguir ese estatus, me invade la nostalgia. Vaya con la existencia humana. Estaba claro, nos han dado la inteligencia, pero a un precio muy caro. No creo que cualquier animalito de esos que tanto admiro y quiero se plantee estas cosas. Simplemente vive, o mejor dicho, sobrevive. Entonces, vuelve a mi cabeza la pregunta de siempre:

¿por qué nos empeñamos en hacerlo todo tan difícil?

     Nos organizamos la vida en torno al dinero. Dinero, dinero… obvia y fastidiosamente necesario. Hay que comer, hay que beber, hay que dormir y protegerse de las inclemencias del tiempo. Pero sin dinero no puedes hacerlo. A eso se le suman todos los añadidos humanos: tele, macbook, blackberry (¡qué sería de nosotros sin móvil…!), play station (para ver los dvds), incienso de coco, perfume, peluches, marcos con sus fotos (y solo estoy contando las cosas que puedo ver ahora mismo…)… Está bien tener todas estas cosas, sobre todo si uno sabe estar agradecido por tenerlas y sabe cuidarlas y apreciar el esfuerzo que cuesta tenerlas. Estas cosas te hacen la vida más fácil. A mí me acompañan en noches así, en las que después de un día agotador llego a casa y sólo busco escapar de mi rutina, y encontrar a alguno de mis peluches con cara de querer escucharme. 

      Pero entonces un sonido rompe el silencio. (esas cosas fastidian y asustan mucho al solitario, sobre todo si es un solitario como yo, que tiene mucha imaginación). Es un llanto. Pero no un llanto cualquiera. Es una forma de llorar con la que todos hemos llorado hace más o menos tiempo. El llanto de un bebé. Y es ahí donde mis pensamientos caen desde la parte más alta de mi cabeza, hasta un palpitante lugar situado a sólo unos centímetros más abajo. Y entonces dejo los miedos para otra ocasión, sin grandes garantías de que se vayan para siempre.

       La humanidad es, mejor o peor, algo que me resulta fascinante. Pienso en esa personita que está a punto de llegar, y me es inevitable pensar en aquellas que se fueron ya. Y veo que, realmente, aún me queda mucho por descubrir en la vida, pero esta hiperbólica empatía mía, para bien o para mal, me hace, por así decirlo, "ensayarlo todo". Y por eso sé que no hay nada más hermoso que la propia vida. 

        Intento imaginar cómo sería el momento en el que mis padres me vieron por primera vez. Y siento que debió ser algo tan mágico (no me refiero a mí y a mi apabullante belleza, entre otras cosas porque no se daba el caso…) que a veces me siento culpable con sólo pensar que yo también quiero un momento así para mí, porque siento que, en cierto modo, les pertenezco. Yo era parte de aquel maravilloso triángulo (bueno, vale, con mi hermana, cuadrado), y siempre, siempre, lo seguiré siendo. Ojalá hubiese podido hablar en aquel momento para decir "¡Buenos días, ya estoy aquí, muchas gracias por traerme al mundo, vamos a pasarlo bien!". 

      Pero la vida, y la Naturaleza, nos hace egoístas a propósito, para asegurarse su propia existencia, y nos hace querer unirnos a otras personas para hacer lo mismo. 

        Entonces pienso en ti… y me da rabia pensar en que no sé cómo labrar mi futuro, y más rabia aún me da el mirarme al espejo todos los días y preguntarme "¿por qué demonios no he empezado a vivir mi futuro?", o, mejor dicho, "¿por qué no hacer del futuro el presente?". 

       Pero yo creo que la cuestión no está en ser egoísta, sino en, simplemente, entender la Naturaleza tal y como es, y aceptarla, dado que, queramos o no, es así, y no puede cambiarse por mucho que nos inventemos dogmas que repriman nuestros propios anhelos naturales. 

    Por eso, amigos y amigas, no quisiera alargar más esta divagancia. Y, teniendo en cuenta que se acercan momentos decisivos, no sólo para nuestro futuro, sino, y mucho más importante, para nuestro presente, después de haberos ofrecido una de las más íntimas y sinceras reflexiones que he hecho por escrito, me gustaría finalizar la entrada de hoy compartiendo con vosotros una conclusión que estimo muy certera:

    Llenamos nuestras vidas de objetos, de creencias religiosas, de normas, de gustos, de opiniones y de miradas. Pero no nos paramos a pensar en que más allá de todo eso, está la necesidad de sobrevivir, de demostrarnos a nosotros mismos que sabemos vivir. Para ello, según la manera nuestra de organizar el mundo, necesitamos dinero, lo cual se consigue a través de lo que llamamos "trabajo". Y anhelamos compartir nuestra vida con personas. Siendo por tanto tan cruciales estas dos necesidades básicas, ¿por qué no animarnos a ser felices con estas dos cosas, y, al no abarcar tanto, ayudar a otras personas a conseguir la parte que les toca? Quisiera aclarar que no se trata de una visión utópica, sino de la intención de sembrar el optimismo y la ilusión en las personas. 




[Sigo pensando que la felicidad está allá donde nosotros queramos encontrarla.]

Comentarios

  1. Que bueno Helen, no tenía ni idea de que escribías tan bien!!, lo sospechaba... pero no tenía ni idea!! un beso!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

A ratos...

Jeroglíficos de cumpleaños.

23 + 30